lunes, 23 de junio de 2008

Acto Primero: 1973: para mí



PARA MÍ, 1973,

EN TRES ACTOS


ACTO PRIMERO

VISITA ILUSTRE:

Era una mañana cualquiera y yo me encontraba en el colegio, cursaba un quinto año básico, de pronto nos dimos cuenta que afuera de la sala había mucho desorden, y poco a poco nos contagiamos de ello en el interior. En ese momento, nuestro profesor, don Guido, le pidió a uno de nuestros compañeros, ya ni recuerdo a quien, que fuera a mirar que era lo que causaba tanto alboroto, al regresar nuestro compañero (pudo haber sido el “lolo” Barbano o el “Pelao” Erenchun), nos informó que el famoso Carlos Caszely estaba afuera, en el patio de las palmeras, al momento, don Guido nos contó que lo conocía en forma personal y que vería la posibilidad de que no visitara en la sala. Debe haber demorado unos cinco minutos pero para nosotros, adentro parecía eterno. De pronto, se abre la puerta, y un silencio, que ya se lo quisiera cualquier iglesia se produjo en el interior… Era el famoso Carlos Caszely que nos visitaba en nuestra propia sala. Todavía estaba en el recuerdo el inolvidable “Colo Colo 73”, ícono de todos los tiempos del deporte nacional, que aún a más de treinta años siempre recordaremos.


Alguien anda con una revista, no recuerdo si del inolvidable “Estadio”, o del “Barrabases”, y gustosamente donó el póster del centro de la revista para que Caszely lo firmara con su impronta. El famoso jugador estaba a punto de irse al extranjero, al Levante de España, o algo así, y estaba de paso por la comuna de San Miguel pues sus padres vivían en la calle Rey Alberto, a escasas cuatro o cinco cuadras del colegio.

Al ingresar a la sala, caminó por el mismo pasillo en el cual yo me sentaba junto a mi compañero Pedro Vega. Para mi mismo en aquel momento pensaba, es harto más bajo de lo que imaginé que era, había pasado a escasos 30 cm. de mi puesto.

Debo confesar que nunca fui del Colo Colo, y aunque ese año casi me tiento, dada la categoría que había alcanzado el Club, finalmente fui fiel a mis principios y lo admiré desde mi azul perspectiva. Sin embargo muchas veces lo había visto jugar en el Estadio Nacional.

Nuestro fanatismo deportivo era evidente, de modo que cada uno de los compañeros que estuvimos en ese día, disfrutamos a cabalidad la ilustre visita que nos acompañaba en aquella mañana. Fueron entre diez y quince minutos inolvidables. Varios alumnos se acercaron a darle la mano, pero yo, en lo personal no quise hacerlo, pues era evidente que mi corazón estaba en el equipo azul, su rival por tradición, y para mi hubiera sido una falta mayor dar la mano, una traición inexcusable, aun para mí que contaba con sólo diez años.

Cuando llegué a casa, me costaba encontrar las palabras para describir el acontecimiento que había vivido en el colegio aquel día. Mis papás me creyeron pero mi hermana para nada, por más que le conté la historia con lujo de detalles, ella insistía en que no era cierto pero si que lo era. Finalmente le conté que la día siguiente se haría una rifa con el póster de la dedicatoria de Caszely, y ojalá me lo ganara, no porque me gustara el Colo Colo (tema ya explicitado), sino para que ella, mi incrédula hermana me creyera.


Debo confesar que llegué aquella mañana deseando ganar la rifa. Toda la mañana esperando, hasta que finalmente llegó el momento. El curso estaba con asistencia completa, como si quisiéramos que se repitiera la visita ilustre en nuestra sala (luego supimos que Caszely sólo visitó nuestra sala, ninguna otra). El número que saque para la rifa era el 11, mi compañero sacó el 12. Antes de lanzarse el sorteo, Pedro, mi compañero me ofreció cambiar el número, pero yo, sencillamente me decidí por lo que tenía, decidí jugármela por el 11, muchos compañeros cambiaron sus números, como queriendo hacer prevalecer su poder ante la diosa fortuna. Yo me la había jugado por el 11, finalmente el número ganador fue el… 12, el de mi compañero de banco, mi compañero se había querido deshacer de él, pero yo no había querido aceptárselo. Pedro se llevó el premio para su casa.

Muchos años después, quizás más de veinte, nos volvimos a encontrar con Pedro, un exitoso abogado, y mientras jugábamos con los dados al “dudo” recordamos la anécdota ocurrida en el Quinto Básico B del IMLP.

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